La Casa de Dios Convertida en Cuevas de Ladrones


Por David Wilkerson:

Jesús subió a Jerusalén durante la pascua y entró en el templo (Juan2:13-17). Lo que vio lo horrorizó. ¡Los mercaderes se habían apoderado de la casa de Dios! Él había entrado buscando una casa de oración y lo que encontró fue una preocupación con la promoción, exhibición, y venta de mercadería religiosa. Los líderes religiosos estaban ya contando sus ganancias. ¡Cuánta ocupación! Hombres de Dios se habían convertido en vendedores ambulantes de mercadería religiosa, correteando por doquier promocionando sus productos. Mesas habían sido colocadas en todas partes de la casa de Dios para promocionar y vender ovejas, bueyes, palomas, dulces, inciensos, y otra mercadería para propósitos religiosos. El dinero cambiando de manos era el ruido más fuerte en la casa – dinero que hacían de Dios y de la religión. ¿Qué terrible dolor causó que el corazón compasivo de nuestro Señor hirviera con ira santa? Su gran sufrimiento causó que su espíritu manso ardiera con indignación de justicia. ¿Puede usted visualizar ese momento? Con un azote en mano, nuestro Señor irrumpió en el templo y comenzó a azotar en todas las direcciones, volcandolas mesas llenas de mercadería. Él dispersó a los promotores, a los negociantes, y a los vendedores. “¡Fuera!” Dijo con voz estruendosa, “¡Fuera de la casa de mi Padre!¡Ustedes han profanado este lugar santo, habiendo convertido esta casa de oración en un mercado de comercio!” Fue una de las experiencias más dolorosas de todo su ministerio pero él no podía quedarse impávido y permitir que la casa de su Padre se convirtiera en una cueva de ladrones religiosos. ¿Estamos dispuestos a compartir con Cristo en este aspecto de sus sufrimientoshoy día? ¿Compartimos su dolor al ver una vez más que la casa de Dios ha sido entregada a los mercaderes? ¿Nos escandalizaremos por el comercialismo horrendo del evangelio? ¿Sentiremos su ira en contra de la venta de cosas espirituales lo suficiente como para retirarnos de esas actividades? ¿Sentimos su dolor lo suficiente como para renunciar a los ministerios que como molinos producen mercadería sólo con el propósito de hacer dinero? ¿Podemos compartir sus sufrimientos en este punto lo suficiente como para levantarnos en contra de aquéllos que convierten la casa de Dios en un teatroo en un centro de entretenimiento para promotores? ¿Podemos dolernos por todas las ganancias excesivas que se consiguen con el nombre de Jesús? ¿Podemos apartar nuestros ojos del dinero y ponerlos de vuelta en la cruz?.

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