Por Iván López
2 Timoteo 4: 2-4
La palabra "púlpito"
es la plataforma elevada desde la que se predica, no sólo en la iglesia
(templo), sino en cualquier lugar que el pueblo de Dios se reúna para adorar a
Dios y exponer su mensaje, en un congreso, un campamento, una asamblea, etc. El
púlpito ha venido a simbolizar un lugar especial para el predicador que tiene
un mensaje de parte de Dios.
Sin embargo, ese lugar
prominente que debe ocupar el púlpito se ha ido perdiendo. En nombre de un supuesto
evangelio, se predican hoy montones de mensajes superficiales, dirigidos a la
superación personal, a la sanidad interior, al éxito financiero. Sin usar la
palabra de Dios, muchos modernos predicadores han enterrado la doctrina del
pecado y del arrepentimiento y se han entregado a las fábulas.
Dos preguntas guiarán mi
reflexión sobre el cuidado del púlpito por parte de la iglesia y sus
predicadores.
¿Que está dañando el púlpito hoy?
·
Las
experiencias personales sustituyen la Palabra de Dios.
Con frecuencia,
escuchamos en la radio o vemos en la televisión o la internet a predicadores
que se pasan el “mensaje” entero, compartiendo sólo sus experiencias personales
y contando chistes. Un método favorito de los predicadores de hoy día consiste
en hacer creer a la gente que mire la Palabra, pero no que la recuerde y mucho
menos la practique (Santiago
1:22-25).
Según una
encuesta de la firma Gallup, nunca
antes en la historia de los Estados Unidos, el evangelio de Jesucristo ha
penetrado tanto mientras que al mismo tiempo ha hecho poca diferencia en como
la gente vive su vida.
·
El pobre
testimonio del predicador es piedra de tropiezo.
La Palabra de Dios pierde credibilidad cuando una persona
con mal testimonio la usa. La decepción de los oyentes se expresa en la queja:
“mira éste, hablando de santidad; pero hay que ver cómo vive”. Los escándalos
financieros y sexuales de predicadores de éxito ha manchado el nombre de Cristo
en los labios de inconversos que incluyen a todos los cristianos en el mismo
saco.
El poder de la predicación nace de una comunión personal
con el Señor. En una ocasión unos judíos intentaron sacar un demonio usando el
nombre del Señor, sin ser seguidores de Cristo. El demonio conocía de la farsa
de estos impostores, por lo que los agredió con violencia (Hch. 19:15). Ellos
no tenían ni el poder ni el testimonio para ser representantes genuinos de
Jesucristo.
·
Los
nuevos predicadores hablan los temas que
la gente quiere oír.
Este se da
mucho en invitados, que conocen lo que a la iglesia le gusta: reír y sentirse
bien. De ahí que preparen mensajes cargados de chistes. Hay iglesias que no se
predica del pecado, santidad o consagración. Sólo hablan de humanismo (respetar
los derechos del otro), prosperidad, paz interior, etc.
¿Que traerá sanidad al púlpito?
·
La dirección de iglesias por pastores o líderes con visión.
Un liderazgo con una visión
clara de qué Dios quiere para su pueblo podrá predicar la sana enseñanza y
prepararán a otros para que prediquen con la dirección del Espíritu Santo y la
autoridad de la Palabra (Hch. 13:2; 2 Ti 2:2).
·
Preparación o conocimiento de la Palabra y tema a tratar.
Es necesario
que el predicador conozca de la Biblia. Debe conocer el contenido general de
los libros, las doctrinas fundamentales y el tema que tratará con la iglesia.
(Mat. 13:54).
Los
predicadores que Dios usa para transformar vidas saturan sus mentes con la
palabra de Dios. Por ejemplo, George
Whitefield (1714-1770), hijo de un
tabernero, comenzó a trabajar detrás de
la barra. Cuando el bar cerraba, subía las escaleras a su habitación y leía su
Biblia a la luz de una vela. Así comenzó la vida devocional de un hombre que
Dios usó para uno de los avivamientos más profundos en toda Gran Bretaña y
Norteamérica.
·
Oración continua y ferviente antes y después del mensaje
Es necesario que el predicador pase tiempo delante de la presencia de Dios en
oración. Cuando oramos, lo más seguro es que se producirán resultados positivos
e impactantes entre quienes nos escuchen, como se evidenció en el pasaje bíblico
en el cual el escriba Esdras compartió la Palabra a los repatriados de Israel. (Nehemías 8:5, 8 y 9).
·
Testimonio del que usa el púlpito:
Quien enseña
desde el púlpito debe vivir una vida en santidad delante del Señor. Su mensaje
será tomado en cuenta por el ejemplo de vida.
Un refrán popular dice que una acción vale más que mil palabras. Del Señor, la gente podía decir: ¿No es éste el Hijo del carpintero?
¿No se llama su madre María, y sus hermanos Jacobo, José, Simón y Judas? (Mt.
13:55). Y el apóstol Pablo es capaz de escribirles a los corintios: “Sed
imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Co. 11:1).
·
Respeto al público y sobre todo a
la Palabra de Dios.
Hay que
tener bien claro a quiénes les hablamos y sobre qué les estamos hablando. Le
hablamos al pueblo santo de Dios y hablamos la Santa Palabra de Dios. En tal
sentido esto nos obliga a comportarnos con decoro, respeto y dignidad (Nehemías
8:5, 8 y 9).
·
Oyentes o miembros que escudriñen las Escrituras.
Cuando
el pueblo de Dios escudriña la palabra de Dios, el predicador se preocupará por enseñar y
profundizar en esa Palabra (Hechos 17:11).
Es nuestro deber y obligación
velar por la sanidad de nuestro púlpito. Tenemos que conocer más de la Palabra
y estar conectados con Dios; de esta manera, podremos discernir cuándo un
mensaje es de parte de Dios y cuando es de parte de un hombre.
El púlpito no se hizo para
relajar, contar historias personales o exhibir lo mucho que puedo saber. Se
hizo con la finalidad de exaltar y glorificar el Santo y Bendito nombre de
Dios.
La predicación debe estar
basada en la Palabra de Dios y acompañada de una vida devocional, similar a la
que practicaron los grandes predicadores
del pasado.