En la Sala de Espera


Por Ivan López
En el año 2008 mi esposa y yo tuvimos la bendición del señor de concebir a nuestro primer hijo. Pero  con tan solo 20 semanas de gestación todo se complicó, teniendo los resultados no esperados puesto que los médicos nos dijeron que habíamos perdido la criatura. Esta experiencia fue de  mucho pesar para nosotros por ser nuestro primer hijo.
Meses más tarde tuvimos la  grata notica de que otra vez tendríamos un hijo, pero  tal emoción, 27 semanas después, se convirtió en tristeza, pues nuevamente se presentó el parto y la niña quedo interna. Íbamos día tras día a la clínica porque nuestra niña en este caso no nació muerta, pero si, por ser prematura, sus órganos no se habían madurado lo suficiente sobre todo sus pulmones.
Recordamos una llamada que nos hiciera su pediatra en horas de la madrugada informándonos que la niña había sufrido un paro respiratorio, a esa hora llame a mi suegro quien a su vez es mi pastor para que fuéramos a la clínica. Antes de salir y durante el trayecto orábamos a Dios por fortaleza y recuperación de nuestra hija. Al llegar a la clínica el doctor nos recibió en la entrada de cuidados intensivos diciendo: llamé porque la niña clínicamente había muerto, pero minutos después reaccionó y está estable.
 En ese tiempo en múltiples ocasiones nos sentimos llenos de desesperación, tristeza e impotencia. Me recuerdo sentado en la sala de espera, orando a Dios pidiéndole fortaleza, sanidad y provisión, muchas veces estas oraciones se acompañaban con lágrimas, lagrimas que aumentaron cuando  más tarde recibimos la noticia de que  la niña murió.
Es cierto que pasamos por procesos muy fuertes tanto  espiritual como emocionalmente pero aunque Dios no nos permitió tener el privilegio de conservar a nuestra hija si estuvo a nuestro lado en cada momento dándonos fortaleza, proveyendo recursos económicos, hermanos solidarios y sobre todo haciéndonos ver que todo obra para bien, porque hoy mi esposa y yo somos más fuertes en la fe y más susceptibles a practicar la misericordia y amor con los demás.
Todas las noticias de las pérdidas de nuestros hijos la recibimos en la sala de espera de una clínica , sabemos que ha sido un caminar sumamente doloroso , incluso escribiendo estas líneas no nos faltaron deseos de llorar, pero tenemos que decir , no con dolor o desconsuelo, sino con esperanza de que Dios está en control de todo lo que pueda sucedernos, digo esto puesto que cuando fuimos a retirar el cadáver de nuestra hija el médico me hizo pasar al área de recién nacidos y me mostró un niño  totalmente deforme a tal punto que sus padres lo abandonaron en la clínica, esto me llenó de tristeza pero a su vez me hizo ver que las situaciones de los demás muchas veces son más difíciles que las nuestras.
Pudiésemos sentirnos como Cristo en la cruz y gritar: Dios mío, Dios mío, porque me has desamparado (Mt. 27:46), pero realmente Dios ni desamparó a Jesús ni nos desamparará a nosotros pues el mismo prometió que estaría con nosotros hasta el fin (Mt 28:20). 
Quizás en nuestros pensamientos humanos pudiesen venir nubes oscuras que querrán opacar nuestra fe, pero ahí es cuando más debemos  tener  presente  que: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Fil. 4-13)